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el factor dorsal

Buscando entre cáscaras de huevo

Buscando entre cáscaras de huevo

La decepción se dejó ver sobre su sonriente careto una vez más. Ese tampoco era el camino y sí que lo era. Cada acto, cada alejamiento, cada línea de periódico leída o cada caña de cerveza engullida debía valer para sacar de su cocotera la única cosa que se dibujaba sobre los blancos techos de cada habitación (de hotel, hogar, antiguo hogar o hogar de amiguitos) donde Jonah se alojaba en su búsqueda del elixir de la mentira, no el que te cuenta el futuro sino el que te cuenta trolas sobre el pasado hasta conseguir su fin amnésico. Ni los paseos por lugares apacibles, ni las lecturas preferidas, ni las escuchas preferidas, ni los festivales con percusionistas seniles, ni el turismo norteño, ni siquiera la construcción de cunas (ver para creer) para bebés conseguían borrar del todo la tontería esta que se encostraba y que empezaba a tocarle los cojones. Jonah se mudó incluso, además del cambio periódico de sus gayumbos mágicos, a zonas diferentes, entornos diferentes, recolectando afectos de antaño y tratando de gatear al menos hasta la próxima estación. Empezaba a sentirse mal ante el panorama que le rodeaba y que, en ocasiones, le necesitaba. Un Alzheimer bien dao no le vendría mal al viejo y débil Jonah.

Claro que arde

Claro que arde

Llega un día en que te pierdes y quisieras saber, como un anzuelo que muerdes puede saber tan bien. ¿Cómo no caer en las redes?, ¿cómo no caer?, súbete por las paredes y tírate otra vez. Ya me estoy acostumbrando a verme y entender por qué coño no veo lo que quiero ver. No se abre la puerta que es, ¿por qué arde si ya lo apagué?. Ya no tengo a quién contarle que no es lo que tú crees, sólo tengo un culpable que ni se tiene en pie. ¿Qué misterio insondable es, que no tenga cara amable lo que amable fue?. No se abre la puerta que es, ¿por que arde si ya lo apagué?. Ya me estoy acostumbrando a verte y no saber si creo lo que veo o lo que creo ver. No se abre la puerta que es, ¿por qué arde si ya lo apagué?. Ya me estoy acostumbrando a verme y no entender.

Puedes borrar a alguien de tu mente. Sacarle de tu corazón es otra historia.

Puedes borrar a alguien de tu mente. Sacarle de tu corazón es otra historia.

Quiero ser una goma de borrar, de Milán con olor a nata o de las Factis que eran muy malas. Quiero ser una goma de borrar y hacer borrones impacientes sobre escritos en boli, que siempre acaban en roto y arrugón. Quiero ser una goma de borrar y convertir en virutillas que se arrastren con los soplidos las cosas que no funcionan sobre el papel. Quiero ser una goma de borrar y nunca un Tipex, que deja debajo todo lo borrable, siempre pugnando por regresar. Quiero ser una goma de borrar y deslizarme sobre mi frente, maquillándome y aniquilando las tormentas bajo mi coco. Quiero ser una goma de borrar y vivir sobre un lapicero, pendiente de su diseño y de virarme cuando sea preciso, corrigiendo a la mina, evitando el dolor. Quiero ser una goma de borrar pero soy un chavalín. 

Tiembla tranquila

Tiembla tranquila

Y subió a ese tren. Ante la mirada atónita de quienes compartían la vía con ella, de quienes habían comprado los billetes para otro destino en común, ella se montó en el último tren hacia "El Pasado". No quiso contestar preguntas, no quiso escuchar a los suyos, no quiso siquiera mirar hacia adelante, ni dejó que sacaramos el pañuelo, sólo cogió el billete tamaño din A-4 y firmó sin más las abundantes claúsulas que la iban a sacar de un andén que empezaba a hacérsele inaguantable. El revisor la miró con los ojos de quién sabe ha captado una nueva víctima pero con un chorrito de lástima por la presa. Aquél anciano sabía que a ella no le correspondía ese viaje pese a que acabó riendose de la pasmosa humanidad de los que habitaban todo el vagón. El tren a "El pasado" no era un viaje nuevo. Era un viaje en rewind, un viaje que, a modo de mortero iría triturando lo ocurrido, bueno o malo, entre el momento en que se sintieron nuevos horizontes eléctricos fuera de aquel lugar y el momento del merecido regreso. Aquel tren, sin duda, frivolizaría los errores, si es que los hubiese, lo descubierto de nuevas lo satanizaría y ay!, lo demolería sin compasión. Aquél diabólico tren, en el que sólo había asientos para viajar de espaldas, la llevaría a la anestesia eterna, la estufa, haciendo de transición con cochecama para superar lo que no se había podido superar por las buenas, buscando resultados de modo vitalicio, que acolcharan para siempre los conflictos. Cuando se regresa a "El pasado" un flashback satisfactorio invade a sus nativos. Nada duele, nada chilla, nada vomita, nadie llora por el móvil y se puede dormir de un tirón. Allí todos tiemblan pero están tranquilos. En "El pasado" todos miran al futuro pero sólo alcanzan a ver su nuca. Los demás seguimos buscando la salida del andén a la vez que miramos hacia el horizonte por sí se viera aún un rastro de humo.

Todo lo pendiente nos alcanza

Todo lo pendiente nos alcanza

Puedes ver que todo sigue en llamas, no nos sirvió la falta de palabras. No sé quién de los dos es el acero y quién es el imán, quién atrae más a quién, cambian los factores, todo sigue igual. Huelo a gasolina y eres tú, yo soy inflamable cuando estás, lo que viene ahora ya lo sé, una chispa y vuelta a empezar. Pasan los días y el pasar del tiempo es como el viento avivando el fuego. No sé quién de los dos es el arquero y quién el corazón, quién atrae más a quién. Cambian los factores, misma solución. Huelo a gasolina y eres tú, yo soy inflamable cuando estás, lo que viene ahora ya lo sé, una chispa y vuelta a empezar. Las cenizas ya las barreran.

Las recomendaciones de Quint (Vol. 47)

Las recomendaciones de Quint (Vol. 47)

¿Qué parte no entiendo de ¡No!?

¿Qué parte no entiendo de ¡No!?

Aquí: no se fuma, no se bebe, no se come, no se masca, no se escupe, no se traga, no se da lo que se daba. No. Y dirás tú que por qué, pues porque no. Que parte no entiendes de no. Aquí como en el metro de Bilbao, sentadito y callao. Aquí: no se canta, no se baila, no se cose, no se tose, no te aclaras la garganta, no se ven crecer las plantas.  No. Y dirás tú que por qué, pues porque no. Que parte no entiendes de no. Aquí como en el metro de Bilbao, sentadito y callao. Aquí: no se elige, no se escoge, no se estira, no se encoge, no se lava, no se plancha y lo demás ni se te antoje.  No. Y dirás tú que por qué, pues porque no. Que parte no entiendes de no. Aquí como en el metro de Bilbao, sentadito y callao. Aquí: no se mira, no se toca, no se ríe, no se llora, no se sabe, no se ignora, no se pregunta la hora. No. Y dirás tú que por qué, pues porque no. Que parte no entiendes de no. Aquí como en el metro de Bilbao, sentadito y callao. Aquí: no se pinta, no se duerme, no se viene, no se va, no se todo, no se nada, no se es, no se está.  No. Y dirás tú que por qué, pues porque no. Que parte no entiendes de no. Aquí como en el metro de Bilbao, sentadito y callao.

La línea amarilla. El retorno.

La línea amarilla. El retorno.

-         Bien sabe usted que eso que pide no es posible – dijo el sargento calvo con la voz en una caverna y los ojos en el informe de petición.

-         Lo sé pero es que lo mío es especial.

Los ojos del sargento se desplazaron lentamente hacia mí y un ligero arqueamiento de ceja me dejó bien claro que ya había oído eso en alguna parte.

-         Mire, sé que puede sonar raro y que la mayoría de los que vienen aquí mienten pero yo soy distinto.

-         Usted es distinto – dijo el oficial con ironía , ¿y por qué es usted distinto, si puede saberse?

-         Bueno, digamos que yo no asumí las normas, no las respeté, no las apruebé ni denuncié al que las infringe.

-         Bien ¿y entonces que hace aquí?

-         Soy distinto, ya le he dicho, y necesito que se haga una excepción.

Tras una breve pausa  en la que comprobó con su lengua algún recoveco del interior de sus carrillos, el oficial subió los codos a la mesa y comprobé el balanceo de su papada.

-         La raya amarilla no se puede cruzar de vuelta.

-         Lo sé, lo sé pero mi caso es diferente. Mire, lo necesito, resulta que...

-         La raya amarilla no se puede cruzar de vuelta.

-         Ya, ya le oí a la primera lo que pasa es que...

-         ¡La raya amarilla no se puede cruzar de vuelta!

Me callé de golpe, un poco asombrado, la verdad. No había necesidad de tratar así a un ciudadano de mal.

-         Si no tiene nada más que decir...

-         Mire, nunca intenté cruzar la raya amarilla de vuelta, lo puede comprobar supongo, le digo que entiendo por qué está y que estoy a favor de su funcionamiento pero esto es un caso diferente.

-         ¿Está usted sordo?

-         No, señor.

-         ¿Está seguro?

-         Sí, señor.

-         Pues entonces escuche y entienda que lo que pide no es algo negociable y que no lo conseguirá esta tarde.

-         Pues entienda usted que lo que pido supera todo lo establecido, sus normas, la raya amarilla y mi sordera.

-         ¿Se puede saber que es lo que pasa con usted, señor?

-         Estoy enamorado.

-         ¿Perdón?

-         ¿Quién es el sordo ahora?. Enamorado. Que estoy enamorado.

-         ¿Me toma el pelo?

-         Nop.

Tras una larga mirada del sargento directamente a mis ojos en la que yo me dediqué a observar el techo del cuartucho, el oficial descolgó el teléfono y tras marcar varios botones decidió volver a colgar sin decir nada.

-         Ejem , pero vamos a ver...dice que está usted enamorado...

-         Sí, señor.

-         ¿Y que tiene eso que ver con la raya amarilla?

-         Está aquí.

-         ¿Quién está aquí?

-         Quién va ser. Ella. Está aquí. En este lado.

El rostro del oficial se tornó tormentoso y ofendido. Se irguió sobre la mesa con las palmas sobre ella, se estiró la parte frontal de la camisa sin dejar de mirarme y acudiendo esta vez a lo más profundo de su angosta voz se dirigió a mí con tono amenazante y abriendo los ojos cada vez más. La papada era ahora un columpio.

-        Señor, si está usted sugiriendo lo que creo que está sugiriendo le ruego abandone esta oficina y yo, generosamente, haré como si no hubiera escuchado nada en los minutos en los que ha permanecido aquí. 

-         No, mire, ya basta de hacernos los sordos usted y yo. Le digo que quiero cruzar la raya amarilla porque estoy enamorado y quiero escapar.

-         ¡¡¡¡La raya amarilla no se puede cruzar!!!!!!!!!¡¡¡¡De vuelta!!!

-         Ya le digo que los argumentos son poderosos. Quiero cruzar hoy.

El humo casi salía por las orejas del sargento y una gota de sudor resbalaba por una de sus orejas hasta quedar a modo de pendiente y balanceándose. Como hipnotizado por la cabriola, no fui capaz de seguir mis argumentaciones hasta que no vi la gota caer, primero al vacío y luego a  la mesa separándose silenciosamente en muchísimas microgotas.

-         Hoy le digo.

-         Cabo, llévese al caballero de mi vista y asegúrese que abandona el recinto.

Un jovencísimo y enclenque chico uniformado, de cuya presencia no me había percatado, me cogió por los hombros ante mi resistencia y poniendo todo su empeño me fue arrastrando hasta la puerta.

-         No!, no puede hacerme esto!! Lloramos y todo!!!!

Con un portazo mis gritos se fueron apagando y volví a la cruda y absurda realidad que  no pude soportar.

Nadie comprendió lo sucedido. Nadie lo esperaba. Nadie quiso siquiera enterarse. Nadie pudo sospechar. Nadie salía de su asombro. Nadie se sintió culpable. Nadie pudo hacer nada.

Nadie, salvo aquél sargento de guardia o el flaco cabo becario, conoció el verdadero motivo de mi eterna presencia junto a la aduana, llenando la imagen ojos caídos, de barba larga y pelo bajo las orejas.

Ni siquiera ella.

La raya amarilla digo. 

Photocall

Photocall

Casi era un dilema fotográfico. Al final todo trataba sobre la elección del soporte en el que guardar las fotos. O sea, el pasado. Como verlas, como sopesarlas y como afrontar el futuro. Ah, difícil elección para algunos. Dos populares opciones en el laboratorio: mate o brillo. Cada una con sorpresas diferentes en la superficie, representativas cada una de como pegarse con lo que está por venir, lo que está viniendo o lo que ya está aquí. Brillo: poco más que decir cuando hasta los bocadillos de calamares lo han elegido. Mate: sobrio. Seco. Sin riesgo a descubrir las carencias en la toma. Maneras de acabar hasta con las partidas de ajedrez. Imperativo de matar. De matar el brillo, el brillo que molesta, el brillo del futuro que brilla, que incordia y que no deja asumir el devenir con los tonos apagados del pasado. Ahora entiendo bien a los que dicen que la fotografía digital viene para salvar al mundo. Elegimos mate, claro, porque no se marcan los dedos.

Sin acabar

Sin acabar

Un gran estruendo sonó cuando cayeron todas las fichas. Joshua no daba crédito. Todo el tiempo que le había llevado su construcción, siendo cuidadoso en formas, gestos y expresiones, de todo tipo, respetando cuando fue capaz las influencias, dando tiempo a que el pasado tuviera su lugar en el museo pero esperanzado con las nuevas propuestas que él ofrecía. Desesperanza en su mirada hacia cada pedazo de emoción puesta en cada pedazo de su construcción. No hubo manera. Ni sus optimistas palabras hacia lo que estaba por llegar sirvieron para nada. ¿Los motivos?. Los motivos sólo sirvieron para enriquecer la postura de Joshua hacia la misión. Casi por un segundo pensó en recoger los pedazos y obligar a una nueva consideración simplemente de las ruinas, confiado en lo poderoso de sólo un atisbo. La pena pudo con él. Quizás en otro momento. Quizás en otro lugar.

La vista atrás

La vista atrás

Sólo era cuestión de tiempo. Todo era paulatino, casi imperceptible pero sin pausa, cada vez más grave, provocando el daño a su manera, causando la merma por la espalda, aparentando no ser grave. Yo no me daba cuenta, la verdad. Seguía con mis cosas, asumiendo, soportando, marcando mis tiempos, o los que creí que eran míos, dejando espacio, el mismo espacio que me empezó a faltar y que contemplé como normal hasta que un día me senté y sonó seco. Porque seco estaba, esa era la verdad, seco de atrás, seco del todo. Había perdido mi culo. Tenía las témporas y alguna cosa más pero no tenía culo. Me iban dejando lo mínimo, lo estrictamente funcional, lo que me permitiera seguir siendo clasificado dentro de los seres que evacúan. Me convertí en lo que una letrina es a un water, algo aliviado de todo adorno, de toda sensibilidad. Eso sólo fue el principio, la señal. Tuve que encerrarme, contemplar en solitario como iba perdiendo todo lo que, a ellos, les sobraba, todo lo que me impedía convertirme en un humano esencial. Ahí comenzó mi historia. Ahí acabó todo. 

A tientas

A tientas

Estoy exhausto. No puedo más. No puedo salir. Tanteo las tantas paredes que me voy encontrando, ciego, cansado, vapuleado. Mi cabeza se dispara en un millón de direcciones a la vez. La pérdida es dolorosa pero es más su no asimilación, no ser consciente de la deriva. Ahora vivo aquí y debería aceptarlo. Debería aceptar que vivo aquí, efectivamente y con todos los efectos, que este es mi hogar aunque me duelan las orejas de escuchar lo que nadie merece escuchar, en beneficio de los demás. Sé que hay una salida, he oído que los demás aventureros salieron todos porque no oigo a nadie más por aquí. El silencio es aterrador. Parece que tuvieron que aceptar ciertas alteraciones, ciertos sacrificios que, no siendo siempre suyos, supusieron una mutación, un cambio en ellos, una rendición para llegar a la salida. Yo aún resisto sin quererlo y mantengo una batalla que pierdo una y otra vez, que me tortura, me deja cada vez más débil. Es una batalla perdida que me alimenta por momentos, una luz que ilumina por segundos la causa que me encierra aquí pero que cuando se apaga me sumerge en una terrible desesperación, una derrota. Alcanzo cada esquina esperando que sea la última pero nunca lo es. Sigo buscando la luz, aunque a veces creo que cierro los ojos por si la encuentro. Sigo buscando la luz pero no sé si quiero. 

Nada por aquí

Nada por aquí

Soy un anormal que sueña todo el día

soy un día que se pasa de anormal

soy la cosa humana que tiene siete vidas

soy un caso aparte que aficciona del traspiés.

Soy ese traspiés que duerme de madrugada

un amanecer sórdido y ramplón

soy una ilusión con más de una caída

una caída con más de un tropezón.

Esto es un playback

no hay nada detrás

no dejes de cantar que no deja de sonar.

Soy un chavalillo que a veces ve a la Virgen

soy una virgen que se va con un chaval

soy el desastre que sube la escalera

soy la escalera que baja en ascensor.

Esto es un playback

no hay nada detrás

no dejes de cantar que no deja de sonar.

Hey! Estas son las noticias que tenemos

esta es la parte que podemos dar

sin callar.

Soy al que llaman todos el intermediario

soy el que a diario va de comprensión

soy los cuatro chistes que suenan en el móvil

soy la extremaunción

que juega al tiburón.

 Esto es un playback

no hay nada detrás

no dejes de cantar que no deja de sonar.

Las recomendaciones de Quint (Vol. 46)

Las recomendaciones de Quint (Vol. 46)

LLueve impersonal

LLueve impersonal

Había una vez una niña, una bonita y pizpireta niña que destacaba sobre el resto por su alegría y desparpajo. Con mirada honesta y jovial, la niña repartía optimismo y mejores vibraciones que los Beach Boys, sin escudos, sin defensas, convencida de la utilidad de la Luz para el buen fin de las cosas, ella era así. Cuál caperucita techno, la niña llevaba con ella una simbólica y llamativa toalla roja en sus baños públicos ocasionales, a modo de bandera alegre, con la risa y el humor siempre a punto, haciendo juego con la prenda y con lo abierto de los días. Uno de ellos, sin más, la niña oscureció. Todos nos preocupamos por el cambio en la joven, a cuyo contagio vital ya nos habíamos acostumbrado y le preguntamos el porqué de su oscuridad. Ella, intentando sobreponerse, nos dijo que era por culpa de las  nubes, al tiempo que su toalla roja caía al suelo. Enseguida identifiqué la prenda con la bandera de peligro y me figuré lo peor. Al paso de los días el brillo en mirada de la niña fue apagándose más y más, su actitud payasa se disolvió y sus convecinos notamos gravemente la falta en el reparto diario de energía. Ella sólo acertaba a replicar: "Es el cambio de tiempo, la lluvia, que me pone así". Yo nunca la creía, siempre recordando la pequeña toalla roja y su presagio, pero por si acaso, presto y vengativo, me dispose a recorrer la comarca con un palo grande en busca del culpable del nubarrón de la niña. No muy rápido caí en la cuenta de que estaba dando patadas al mar. ¿Quién llueve?, ¿a quién doy con el palo?. Tras descargar mi arsenal de blasfemias sobre los impersonales e inocentes verbos atmosféricos y llegado a la conclusión hace tiempo de que Dios no existe pero que algunos le sustituyen por raromórficos y abruptos seres, caí en una canción de Maikol en la que solucionaba estos conflictos sin ninguna verguenza: "Échale la culpa al woogie". No fue sino con una versión del copiota de Luis Miguel cuando por fin alcancé a adivinar la verdad, la mentira que me tranquilizaría: "No culpes a la noche, no culpes a la playa, no culpes a la lluvia, será que no me amas". La niña no aceptó nuestros ruegos y marchó a un lugar donde poder repartir la alegría que le sobraba. Mar de abrazos y lluvia de amor, niña. Que tú los repartas bien. Hey.

Yo, el espacio y el tiempo

Yo, el espacio y el tiempo

Hola a todos. En estos días me he propuesto superar un record mundial, que digo mundial, un record humano, que digo, humano, un record universal. Recorreré, si así me lo permite mi famélico cuerpo, ocho, y digo bien, ocho ciudades de este nuestro amado y dividido país, llevando a cada una de ellas mi gracejo y desparpajo natural, dejando aquí y allá la semilla de la concordia. Visitaré estas ocho cunas de gente afable y metafísicamente entrañable en el tiempo asombrante, y aquí llega la hazaña, chicas, de cinco, y digo bien, cinco días, trabajo voyeurístico de por medio. Otros cinco vuelos y dos trenecitos de la fresa me ayudarán en tamaña aventura que, únicamente tiene como propósito alegrar este blog que a veces se me entristece. Prometo escribir mi bitácora salvo amenaza de angina de pecho.

Mañana Madrid-Bilbao-Palma

Besos. Cuiden a sus novias.

Quint

 

Las recomendaciones de Quint (Vol. 45)

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