La tesis principal de la película es definitivamente outsider, claro. Un canto a la señal electrónica y su dureza frente a la imagen que se impregna en el romántico negativo, un escupitajo de los Videoastas Handycam en el suelo que pisan los que les niegan la entrada en su fiesta molona porque sus cintas magnéticas no se parecen al poliéster que se deja atravesar por el destello de una lámpara de Xenon.
Te en-video es el primer largometraje documental de Víctor Olid, figura resultona de la escena del corto en números rojos cuyo estilo ramplón y de mirada directa es el objeto de la película. Perdón: del video.
La cinta de Víctor, viejo colaborador de salas Renoir (es decir, manipulador de un material fotoquímico que le da de comer), se compone de conversaciones con directores tan reputados y tan poco reputados como J.R. Bookwalter, Andy Rodríguez, Zoe Berriatúa, el sincero Aratz Juanes, George Kuchar, José Manuel Serrano Cueto (cuyo libro Zombie Evolution podéis conseguir a través de nuestro Club), Jess Franco o un diluido Bob Moricz, tipos singulares que esgrimen sus argumentos frente al doloroso rechazo del circuito audiovisual oficial, que separa a Pros de Amateurs de manera radical y mediante la presentación (o no) de los trabajos en una bobina en 35 milímetros.
Olid escucha a este puñado de secuaces de la escena videográfica internacional para vilipendiar al riguroso y marginador sistema establecido, ofreciendo unos testimonios que componen un discurso a veces razonable, a veces tan sabrosamente contradictorio como el cine seco y sin abalorios que defiende. Porque no se equivoquen. La propuesta de Olid, aunque algunas de sus voces así lo entiendan, no es un canto a favor de poderosos prototipos de nuevas cámaras que amenazan a las emulsiones tradicionales como la Red One, la Viper o la Génesis. El documental de nuestro colega no es especialmente diferente a sus trabajos de ficción, y por tanto no es una demostración de las virguerías potenciales que ofrece el cine digital sino la evolución natural de unos videos en los que el ultrarrealismo rampante de la puesta en escena marcada por su vocación no-budget (no confundir ultrarrealismo con realismo social) se emparenta directamente con un estilo descarnado que nos asombra. En Te en-video contemplamos las tronchantes posturas a favor de la tortícolis que el director hace adoptar a algunos de los entrevistados más maduros, escuchamos una banda sonora aderezada por una música inclasificable que invade sin vergüenza la verborrea de los entrevistados más alucinados, admiramos incluso la nula capacidad de síntesis de muchos de sus parlamentarios que, o bien han sido curtidos a palos en las despiadadas Cotxeres de Sants barcelonesas, o bien pertenecen a la escena underground norteamericana más psicodélica, marginal, burbujeante y dandi.
No podemos dejar de destacar el insuperable prólogo de Te en-video, arranque que es ya una de las secuencias más originales y divertidas del cine documental español de todos los tiempos. Nos queda dudar cariñosamente de la autoconsciencia de una propuesta que, como todas las que se califican de manera tan suprema, puede considerarse, sin vergüenza, una obra maestra estando a mil jodidas millas de estar bien.