El asunto Montmeló
Un grito. Un golpe seco de la puerta. Una risa loca. Una imposible pronunciación de idiomas anglosajones. Así era él...y así lo sufríamos los demás. Una mirada de escepticismo del resto de habitantes de la comarca marcó su llegada, una llegada algo más ruidosa que la de los demás, algo más descacharrante, como de exaltación de los actos cotidianos, casi adolescente, de "aquí estoy yo...o es que no me véis?". Elegante, ordenado, miope y ruidoso en sus zapatos, el señor M se infiltró entre nosotros sin que nadie le tuviera más en cuenta que a su antecesor: la excentricidad no era considerada como tal en nuestra villa. Ni su afición por la música melódica, ni su extrema concreción por los temas que desconoce, ni siquiera su pasión por las miniaturas despertaron especial interés ni rechazo en ninguno de nosotros. El señor M paseaba por el lugar como uno más o como uno menos, tanto daba...muy a su pesar. Gran aficionado a la narración de leyendas, M no tenía problema alguno en añadir ligeros detalles de peso, alteraciones numéricas o incluso llegar a prostituir los datos para intentar llegar a nosotros, su público potencial, a veces sin éxito, otras...sin ningún éxito. No estaban nuestras orejas demasiado interesadas en sus parlamentos, sin embargo debo admitir que en algunas ocasiones nuestros ojos sí. Y no por un interés sobre lo que veíamos sino por un intento de dar crédito (blando) a lo que estaba delante de nuestras gafas. ¿Es...realmente humano? nos preguntábamos para nuestros adentros. Esa extravagancia no era tal, al fin y al cabo, era...era...¿de verás quería que escucharamos sus conversaciones telefónicas?. Porque estas pomposeaban sin descanso, a modo de altavoz, sentando cátedra con algunos argumentos en asuntos que, bien sabe Dios, estaban tan cogidos por los pelos con orquillas de los chinos que eran casi aptos para la casilla "mentira". Con semejantes modos, arrogancias y vaivenes vía suela/parqué, el señor M le hablaba, desde las alturas, de malas cosechas al frutero, de derivaciones léxicas falsas al profesor de inglés, de botones que no abotonan al mercero y de cubitos de hielo mal congelados al agua. Todo ante la mirada con ojos de huevo de quienes, para su desgracia, debían tratar con él. La pregunta que todos nos hacíamos era: ¿Para qué?. Si él sabe que yo sé que lo que dice no cuela, ¿por qué lo dice?. Es más, si él sabe que yo sé que lo que él dice no cuela voy a pensar que es un gilipoyas. Entonces, ¿por qué lo dice?. Tras varios desaires, algún triunfo y montañas de ignorancia hacia su persona, el señor M debió cansarse. "Aspiraciones más altas que altas" alegó. Quizá el mundo es demasiado grande para él, tan grande que no puede manejarlo como a sus miniaturas, donde sus excesos no se escuchan porque entre mayores quizá no lo sean tanto. Suerte, señor M. Que, lejos de aquí, los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado de Liliput le protejan.
12 comentarios
big -
Anónimo -
melo -
big -
melo -
big -
restituta -
big -
Moveré en cuanto pueda, colega!!
filaxia -
commodoro -
big -
Besino para usted, Moruna.
Moruna -